En el corazón de San Pedro Garza García, entre las arboledas serenas que rodean una de las zonas más exclusivas de Monterrey, Pangea se alza como punto de encuentro para quienes buscan comprender la evolución de la alta cocina del norte de México. Al atravesar el acceso discreto y luminoso, la atmósfera interior sugiere un espacio pensado para el recogimiento sensorial: grandes ventanales permiten el flujo generoso de luz natural y revelan la elegante combinación de maderas pulidas, detalles en piedra y una paleta cálida, casi terrosa, que transmite serenidad sin imponerse. El orden milimétrico de las mesas, su disposición espaciosa y los elementos decorativos mínimos logran que la atención se centre en lo esencial: el recorrido culinario.
El menú de Pangea articula una visión contemporánea donde la riqueza del producto local dialoga, técnica en mano, con matices globales. Se percibe un rigor casi científico en la selección de ingredientes: vegetales cultivados en huertos regionales, carnes de ganaderías reconocidas y pescados traídos diariamente del Golfo. Bajo la dirección del chef Guillermo González Beristáin, la propuesta busca explorar las posibilidades que brinda el territorio regiomontano, apostando siempre por el respeto a la estacionalidad y la calidad inherente al origen de cada elemento.
Cada platillo presentado en Pangea parece articulado como una narrativa breve: composiciones que equilibran color y textura, láminas crujientes junto a purés untuosos, vegetales de temporada que conservan su carácter y cortes de carne tratados con la precisión de un orfebre. Recetas como el lechón confitado y los mariscos frescos, por ejemplo, suelen replantear tradiciones locales bajo una luz contemporánea, evitando caer en la simple reinterpretación. La cocina aquí se concibe como una búsqueda constante—más que una fórmula, un proceso dinámico que se renueva según las posibilidades del entorno y la curiosidad del equipo creativo.
Pangea rehúye los artificios visuales superfluos; lo suyo es la elegancia contenida, el uso de vajilla simple y presentaciones en donde cada ingrediente demuestra su razón de estar en el plato. La renovación periódica del menú evidencia el compromiso con la investigación culinaria, siempre con el propósito de maximizar el potencial de la materia prima y celebrando la diversidad del paisaje norteño. Es esta fidelidad a la identidad regional—matizada, sí, por amplios referentes internacionales—la que ha merecido la atención de la crítica especializada y, recientemente, la obtención de una estrella Michelin, reflejo discreto pero contundente de su madurez gastronómica.