Quien se adentra en la escena gastronómica de Buenos Aires y explora Anchoíta descubre una propuesta que no busca deslumbrar por el artificio, sino por la precisión y la autenticidad. El espacio sumerge al comensal en una atmósfera donde la modernidad dialoga con la tradición a través de una estética singular: hierro expuesto que mantiene cierta aspereza industrial, suavizado por la calidez táctil de la madera y una iluminación cuidadosamente atenuada que tamiza el bullicio exterior de la ciudad. Cada mesa parece estratégicamente emplazada para permitir una conversación sobria con el entorno, mientras la vajilla de formas sencillas subraya el carácter reflexivo de la experiencia.
Enrique Piñeyro, figura que sostiene la identidad de Anchoíta, ha construido una filosofía culinaria que sitúa el producto en primer plano, con un respeto absoluto por la materia prima y una dedicación particular a aquello que ofrece el mar argentino. Su cocina contemporánea evita los excesos técnicos sin renunciar a la precisión, cultivando una suerte de minimalismo en la ejecución que otorga protagonismo al sabor, al trasfondo natural de cada ingrediente y a la trayectoria invisible que conecta al plato con su origen. Así, las anchoas del Cantábrico maduradas en casa –un auténtico manifiesto de este enfoque– despliegan capas de sabor matizadas, con una textura carnosa que desafía cualquier convencionalismo, revelando el rigor detrás del proceso de maduración.
La carta presenta platos en los que contrastes de temperatura y textura se ensamblan con discreción: el mar y la tierra se encuentran en bocados que nunca resultan estridentes, pero sí llenos de carácter. Pesca fresca, seleccionada con criterio y tratada con técnicas depuradas, ocupa un rol central. Dicha pesca se presenta en cocciones justas, realzando los matices naturales sin disfrazar su esencia. Los quesos curados en su propia cava, cuidadosamente seleccionados, prolongan la experiencia más allá del plato principal, con aromas que despiertan una memoria gustativa singular en el paladar porteño.
La propuesta de maridaje se sustenta en una selección de vinos que dialogan con la cocina y exploran matices poco transitados, invitando al comensal a una indagación pausada. Lejos de buscar la espectacularidad, Anchoíta se convierte en un escenario íntimo donde los vínculos entre innovación y memoria se tejen de manera orgánica, evidenciando un trabajo de fondo que trasciende modas y construye identidad desde lo esencial.
