El pulso de la cocina coreana encuentra en Na Num una lectura tan sobria como audaz, lejos de todo folklore previsible. En este restaurante de Chacarita, la tradición viaja liviana y reposa sobre una base contemporánea rigurosamente pensada. No hay espacio para atajos ni concesiones; la coreografía entre lo ancestral y lo moderno se percibe tanto en el plato como en el ambiente, donde las maderas claras, el resplandor sereno y el mobiliario minimalista gobiernan la escena. Cada elemento del entorno alude al equilibrio y a la pausa: mesas dispuestas con esmero para la conversación silenciosa, cerámica de manufactura irregular que invita a descubrir sus detalles bajo la luz tenue, y una atmósfera que evoca estudios de diseño tanto como recuerdos lejanos de Seúl.
Las sensaciones en Na Num empiezan mucho antes del primer bocado. Un aroma profundo, mezcla inconfundible de fermentos y especias tostadas, se posa sobre el comensal. La carta no se rinde a lo típico: el kimchi, hecho en casa, se presenta delicado y apenas picante, realzando la frescura de cada vegetal sin eclipsar matices. Conviven aquí los grandes protagonistas de la mesa coreana, reelaborados con ingredientes locales sin perder la esencia: arroces que retienen el calor y la textura de una cocción justa, vegetales de estación brillando bajo un barniz de sésamo y ajo, y el bulgogi, que llega al centro de la mesa mostrando sus carnes tiernas, intensamente marinadas y asadas a la perfección.
Los fermentos y encurtidos no acompañan: articulan. El equilibrio entre dulzor, acidez y picante cumple otro papel, dotando a cada preparación de una arquitectura propia, una pequeña narrativa de capas, texturas crocantes y fondos sedosos. En los caldos hay un dejo terroso, más complejo y profundo que la interpretación japonesa del miso; las sopas humeantes despiertan una familiaridad inédita, reforzada por el contraste entre la vajilla artesanal y la modernidad del espacio circundante.
La filosofía culinaria del chef apuesta por un diálogo constante entre herencia y reinvención: no replica, interpreta y desafía. Cada plato dialoga visualmente con el hanbok —el vestido tradicional coreano— a través de una paleta de colores y composiciones inesperadas, aunque jamás obvias. Na Num consigue, sin estridencias, trazar un puente entre culturas marcando un rumbo propio en el paisaje gastronómico porteño. El resultado, tanto en la mirada como en el paladar, es una experiencia de sutil complejidad, atravesada por la reflexión y la memoria.
