En la intersección donde el arte se funde con la gastronomía mendocina, La Vida emerge como un escenario cuidadosamente orquestado en el que cada elemento narra su propia historia. Al cruzar el umbral, lo primero que se percibe es el ambiente sereno, enrarecido con aromas sutiles de hierbas y tierra húmeda, una atmósfera que invita a desconectar del bullicio para sumergirse en una experiencia multisensorial. El espacio, concebido con líneas contemporáneas y ciertos toques orgánicos, exhibe paredes que juegan con volúmenes y texturas, mientras la luz, dosificada con destreza, recorta siluetas y realza colores naturales.
El comedor mantiene un equilibrio entre la sobriedad y la intimidad; aquí, la distancia justa entre las mesas resguarda el ritmo pausado que propone la casa. Cada pieza del mobiliario y objeto decorativo ha sido seleccionado para dialogar armoniosamente con el entorno: maderas de tonos cálidos, vajilla de cerámica artesanal y arreglos florales que parecen seguir el pulso de las estaciones.
La cocina de La Vida responde a una visión personal del chef, que aborda la tradición mendocina desde una óptica contemporánea sin renunciar al alma del producto local. En el menú, el ciclo de la naturaleza es protagonista; la carta, en constante transformación, se reescribe al compás de lo que ofrecen las huertas y productores de cercanía. El resultado son composiciones precisas en las que la técnica francesa y los gestos minimalistas se ensamblan con ingredientes regionales: aquí, la calabaza toma protagonismo en texturas inesperadas, una pesca fresca se acompaña de jugos claros y emulsiones delicadas, mientras raíces y granos autóctonos se dejan entrever en presentaciones limpias donde nada es accesorio.
Uno de los rasgos que distingue a esta propuesta es la forma en que el plato llega a la mesa: cromatismos naturales, emplatados elegantes y una cuidada organización de los volúmenes, evidencian la búsqueda de pureza y honestidad en cada elaboración. El maridaje, cuidadosamente pensado, recorre etiquetas mendocinas que dialogan con los platos, exaltando matices sin opacar la expresión genuina de cada bocado.
La esencia de La Vida reside en esa constante tensión entre la memoria culinaria de Mendoza y un lenguaje estético y gustativo que está en permanente evolución. El restaurante despliega una narrativa coherente donde entorno, insumos y creatividad convergen, convirtiéndolo en uno de los exponentes actuales más sólidos de la alta cocina argentina.
