Trescha marca un punto de inflexión en la escena culinaria porteña. En cuanto se atraviesa su entrada en Murillo 725, la ciudad queda atrás. Una iluminación crepuscular, casi sutil, acaricia paredes de líneas limpias; el mobiliario, de geometría precisa y maderas nobles, sugiere cierta introspección, mientras que las mesas, desnudas de artificio, esperan una puesta en escena singular. El murmullo contenido del entorno amplifica la atención hacia los detalles, desde la composición de los platos hasta la secuencia armónica de aromas y texturas.
La propuesta culinaria de Trescha destaca por su enérgico rechazo al lugar común, enlazando la tradición argentina con una paleta global y despliegue técnico propio de grandes capitales gastronómicas. La cocina —moderna, siempre en regeneración— adopta ingredientes reconocibles y les da un giro a partir de técnicas contemporáneas. Es frecuente que el menú evolucione según la estación, persiguiendo la frescura y la estacionalidad de cada producto. Así, el comensal puede encontrar vegetales de pequeños productores en mil evoluciones o pescados tratados con una precisión quirúrgica, que exploran la frontera entre lo familiar y lo sorprendente.
El plato es un lienzo: en Trescha, la disposición cromática nunca es azarosa y cada textura se siente deliberada. Un ejemplo habitual es la aparición de fondos intensos, salsas etéreas, toques de acidez controlada y presentaciones tan estudiadas que la vajilla casi se esfuma ante la contundencia visual de la composición. Incluso lo clásico, como puede ser una carne local, puede presentarse reducido a su quintaesencia, salpicado de ingredientes inesperados —purés de raíz, consomés límpidos, aceites infusionados— en diálogos intrincados y, a la vez, sumamente accesibles para el paladar.
La filosofía de la cocina, firmemente guiada por la búsqueda de equilibrios inéditos, privilegia la experimentación dentro de un marco riguroso, donde la técnica nunca acapara la experiencia sensorial sino que la realza. El chef, con una mirada inquieta y estética, rastrea nuevas armonías sin perder de vista la identidad local, trabajando siempre con respeto absoluto por la materia prima.
Aún en su modernidad, Trescha mantiene una conexión perceptible con sus raíces, construyendo una propuesta que desafía y seduce, pero nunca pierde humanidad. La Estrella Michelin obtenida refuerza la idea de coherencia y profundidad creativa de un lugar donde la innovación es consecuencia natural de un proceso minucioso y reflexivo.