Los muros de Handshake Speakeasy esconden más que un simple bar. Tras una fachada discreta en el bullicioso corazón de la colonia Juárez, el acceso se transforma en un pequeño ritual nocturno. Un umbral velado abre paso a una atmósfera que de inmediato captura los sentidos: luces bajas y doradas, guiños de cristalería tallada, reflejos en madera pulida y el terciopelo oscuro de los sillones que invitan a la conversación pausada. El espacio logra conjugar el misterio propio de los bares clandestinos sin enamorarse de la nostalgia. Nada es impostado; la sobriedad del entorno se siente calculada pero sin rigidez.
El escenario principal es su barra, extensa y económicamente equipada, donde el vaivén de los bartenders revela la esencia de la propuesta. Aquí, la coctelería adquiere rango de arte contemporáneo y laboratorio gustativo. Al no operar bajo un menú fijo, Handshake redefine el acto de pedir un trago: la conversación con el mixólogo inicia el viaje sensorial. Ingredientes locales, hierbas frescas, especias mexicanas e insumos internacionales se armonizan mediante técnicas vanguardistas que privilegian el equilibrio y la sutileza antes que el efectismo.
Cada coctel se presenta como una composición efímera y visualmente precisa: tonos translúcidos, cristalería particular para cada brebaje, alguna pincelada de color —cítricos deshidratados, pétalos de flor comestible, texturas perfumadas—. La técnica de esferas ahumadas o infusiones en frío aporta una dimensión aromática y visual que, lejos de buscar el asombro fácil, prolonga el misterio en el paladar. El resultado son líquidos que gravitan entre la tradición y la sorpresa, donde los clásicos se reinterpretan sin perder su fondo ni su silueta histórica.
La filosofía del chef mixólogo se apoya en la convicción de que la coctelería, más que una lista de mezclas, es un lenguaje compartido con el comensal. Por ello, la personalización es pilar: no existen imposiciones, sino una búsqueda comunal del trago idóneo, ajustado a la temporalidad y los insumos frescos que dicta la estación. Las preparaciones cambian con frecuencia; lo efímero adquiere aquí un valor singular. Es un lugar que dialoga con la riqueza cultural del país, abstrae ingredientes del terruño y los destila hasta convertirlos en experiencias líquidas, sutilmente audaces, que retratan a la Ciudad de México bajo una óptica sofisticada y en constante evolución.