La experiencia en L’Etoile comienza mucho antes de que llegue el primer plato. Al cruzar las puertas de este restaurante enclavado sobre la Avenida Niemeyer, la mirada se encuentra irremediablemente atraída hacia el océano, que parece fundirse con el salón a través de ventanales que inundan el espacio de luz natural y recuerdos salinos. El ambiente equilibra con destreza la sofisticación y la intimidad: tonalidades suaves en la paleta, maderas tratadas con sobriedad, mesas vestidas con manteles intensamente blancos y una iluminación sutil —casi escénica— que acompaña el ritmo de la velada sin imponerse.
Al adentrarse en la carta de L’Etoile, destaca la vocación de reinterpretar la cocina francesa clásica desde una perspectiva renovada, impregnada de matices cariocas. La filosofía del chef se ancla en el respeto absoluto por el producto local, exaltando la frescura de cada ingrediente y permitiendo que la temporalidad trace la silueta del menú. La estrecha relación con productores de proximidad da pie a una oferta en constante evolución, donde mariscos del litoral brasileño, pescados recién capturados y vegetales recogidos en su punto óptimo de sazón constituyen la base del repertorio.
Los platos, elaborados y comedidos a la vez, desafían la expectativa inicial. En ocasiones, una mousse de pescado blanco trabajada con delicado ahumado y rematada con una emulsión vibrante de maracuyá introduce la degustación; el juego de texturas se prolonga con detalles crujientes, componiendo bocados que dialogan entre acidez y untuosidad. El mapa de sabores sigue expandiéndose en los principales: piezas de carne maduradas con precisión y cocidas sin excesos, propuestas marinas realzadas por sutiles escabeches de hierbas autóctonas o salsas ligeras, nunca dominantes pero siempre definitorias.
La presentación revela una inclinación casi artística: los montajes de cada plato, equilibrados en altura y disposición cromática, sumergen al comensal en una secuencia visual que anticipa la riqueza de matices por llegar. Las frutas tropicales, el cacao bahiano y otros ingredientes de origen controlado aparecen en los postres, componiendo un cierre que jamás resulta predecible. Cada elemento sobre la mesa —desde la vajilla hasta el pan recién horneado— responde a esa misma lógica de refinamiento sin estridencias.
En L’Etoile, tradición y modernidad conviven en un maridaje sutil, donde lo local y lo noble se ensalzan sin renunciar a la identidad propia del entorno carioca. La propuesta se traduce en una de las experiencias gastronómicas más coherentes y evocadoras de Río de Janeiro.