Basta cruzar la puerta de Chez Claude para advertir que aquí la cocina francesa se reinventa sin perder de vista sus raíces. La propuesta, orquestada con pulso contemporáneo en pleno Leblon, se apoya en una arquitectura visual minimalista que dialoga con la ciudad a través de ventanales generosos y materiales claros: maderas pulidas, acentos metálicos y textiles neutros forman un paisaje urbano sereno, en el que la iluminación, estratégica, parece atrapar la textura de cada pared y la sutileza del plato.
En este entorno, los comensales encuentran una carta en la que cada plato refleja el espíritu inquieto de Claude Troisgros. Su filosofía esquiva la nostalgia para abrazar una cocina francesa actualizada, en constante conversación con ingredientes y matices locales. Se percibe una voluntad deliberada de respetar la esencia gala—el rigor de las técnicas, el protagonismo del producto—sin evitar incursiones en el universo brasileño cuando el paladar lo sugiere.
El recorrido comienza, por ejemplo, con entradas donde la acidez y la untuosidad juegan un dúo sofisticado: tartares que sorprenden por la nitidez de sus cortes y la frescura de los aliños, o reinterpretaciones de clásicos en los que la textura del pan tostado y la cremosidad del foie encuentran contrapuntos vegetales inesperados. La estética de cada plato es precisa, casi arquitectónica, con colores definidos y juegos de volúmenes que juegan a anticipar la complejidad de sabores.
Entre los principales, Chez Claude revela una cocina donde el control de la cocción es absoluto: cortes de res que llegan rosados y jugosos, pescados cuya piel cruje mientras la carne se deshace al mínimo contacto, y salsas reducidas al punto exacto, intensas pero siempre contenidas. Resulta evidente la preferencia por fondos largos y emulsionados ligeros, capaces de realzar—nunca ocultar—los matices del producto principal.
El apartado dulce no abandona la línea contemporánea: postres que retoman la ligereza aireada de la repostería francesa, con elementos de acidez que reviven el paladar y un manejo sutil de las temperaturas que otorga profundidad. Chez Claude, lejos de recrearse en los tópicos del recetario francés, propone una experiencia medida, donde cada detalle importa: la elección del ingrediente, la disposición exacta en el plato, el equilibrio entre lo conocido y lo renovado. Aquí, la modernidad no es discurso, sino resultado tangible en cada bocado.