Las mesas de Merotoro se abren al murmullo de la Condesa, extendiendo una invitación al comensal curioso que busca algo más allá del ritual cotidiano. Apenas se cruza el umbral, la calidez de la madera pulida y la sutil geometría de la iluminación proyectan una calma contenida, donde la elegancia parece adueñarse del espacio sin relumbre innecesario. Obras de arte contemporáneo matizan los muros, sin distraer la atención del verdadero motivo de la visita: una cocina que se revela en gestos pausados y en el rumor de cuchillos sobre la estación abierta, visible desde el salón.
La carta descansa sobre la temporalidad y la exploración del mejor producto mexicano, con una clara predilección por los tesoros del litoral bajacaliforniano. El menú, en cambio perpetuo, es reflejo de una filosofía que privilegia la integridad del ingrediente y el respeto absoluto por la estacionalidad. Este enfoque se siente no sólo en la textura jugosa de un pescado recién capturado, sino en la naturalidad con la que una emulsión ligera acompaña, y nunca anula, a un molusco brillante y carnoso. Merotoro se desliga así de las etiquetas formales: su cocina surge más de la observación que del despliegue técnico, con una mirada contemporánea que reinterpreta la riqueza marítima y agrícola mexicana.
El chef, apegado a una ética de producto honesto y preparación sobria, define su estilo en el equilibrio entre rusticidad y finura. Platos como el callo de hacha fresco, cortado justo antes de llegar a la mesa, revelan transparencias salinas y una delicadeza cruda; contrastan con cortes de res con guarniciones vegetales apenas intervenidas, donde una reducción profunda acompaña en silencio, sin protagonismos forzados. Vajillas cerámicas de tonos terrosos subrayan la paleta natural del menú, mientras que detalles en la presentación, como un aceite herbáceo perfilando el contorno de un crustáceo o brotes tiernos coronando vegetales asados, acentúan la dimensión sensorial.
En cada estación, los platillos mutan: ostras que saben a marea tibia, mariscos apenas marinados en cítricos que despuntan con notas minerales, verduras locales que irrumpen con frescura. La bodega sigue la misma lógica: vinos de baja intervención, nacionales y de pequeños productores, seleccionados con intención de acompañar y nunca eclipsar.
Merotoro se reafirma, así, como un restaurante que interroga y dialoga con el entorno marino y terrestre mexicano, nacido de una mirada contemporánea sin renunciar a la integridad y al origen.
