Al adentrarse en Il Buongustaio, lo primero que se percibe es una quietud elegante: el murmullo del Bulevar Del Hipódromo se disuelve y da paso a un espacio donde la luz suave dibuja contornos cálidos sobre mesas de madera clara y paredes con discretos relieves de piedra. Aquí, la estética mediterránea se interpreta con un rigor contemporáneo; no hay ornamentos excesivos ni guiños artificiales a la tradición, sino una atmósfera que invita a la contemplación y a la concentración en los sentidos. Los manteles de algodón fino y la cerámica artesanal suman al conjunto una rara sensación de equilibrio, donde cada detalle parece pensado pero nunca forzado.
Resulta inmediato advertir que la experiencia en Il Buongustaio es una invitación a lo esencial. La propuesta del chef Wilson Moreno no busca sorprender con acrobacias, sino persuadir al paladar con una aproximación meticulosa a la cocina italiana moderna. Moreno asume la tradición como punto de partida y, desde ahí, desarrolla una creatividad restrictiva: las recetas clásicas se repiensan a la luz de ingredientes locales de estación, seleccionados con un rigor casi obsesivo. Las pastas, trabajadas cada día en la cocina, conservan una textura viva, mientras que las salsas—como la de tomate San Marzano, madurado bajo el sol y presentado con una pureza directa—encuentran el balance exacto entre intensidad y claridad de sabor.
Lejos de la abundancia desmedida, la carta privilegia propuestas contenidas, donde el tamaño de las porciones incentiva a recorrer el menú completo. Los risottos, por ejemplo, alcanzan esa rareza de lograr una cremosidad bien medida sin perder la firmeza del grano, y los pescados o cortes de carne, perfectamente frescos, se presentan sin artilugios: fondos sutiles y emulsiones ligeras que potencian lo esencial del insumo. Toda la secuencia se percibe pensada como una coreografía de sabores que nunca saturan, pero abren espacio a matices sorprendentes si se presta atención.
El apartado dulce revela la misma precisión: tiramisús en copas de cristal, donde el juego de capas resulta visual y gustativo, y pannacottas livianas, apenas aromatizadas con vainilla y acompañadas por fruta fresca, terminan de encuadrar una experiencia que insiste en la nitidez antes que en el exceso.
Il Buongustaio ha construido un espacio donde la autenticidad no significa reproducir el pasado, sino resignificarlo desde la mirada de un chef que privilegia el producto y la sutileza, sin aspavientos. En cada plato se insinúa una búsqueda de equilibrio —de tradiciones revisitadas y sabores precisos— que distingue a este refugio moderno de italianidad.