Quienes transitan el animado Jirón Saturno suelen detenerse, casi instintivamente, ante la discreta fachada de La Calandria, atraídos por la promesa de una experiencia culinaria anclada en la honestidad y memoria limeñas. Al abrir la puerta, el bullicio de la calle cede paso a una atmósfera dominada por la calidez de la luz que entra suavemente a través de grandes ventanales. La elección de una paleta de tonos terrosos, sin estridencias, junto a maderas macizas y detalles de cerámica elaborados por artesanos locales, imprime al espacio una sensación de recogimiento que invita a la contemplación. Las referencias al folclore peruano aparecen apenas sugeridas: un cántaro cerámico en una esquina, tejidos sutiles enmarcando la barra, guiños que eluden el exceso para evocar un sentido de pertenencia auténtica.
En el corazón de la propuesta emerge un respeto evidente por el producto local, filosofía que guía cada decisión en la cocina. La carta de La Calandria se construye sobre la base de ingredientes estacionales, viéndose afectada diariamente por la disponibilidad del mar y los campos andinos. No hay lugar aquí para artificios ni tendencias pasajeras: la esencia del lugar radica en platillos que apuestan por la pureza, utilizando técnicas que resaltan el carácter primario de cada ingrediente. Ceviches preparados al momento exhiben pescado con textura firme y cortes precisos, realzados por jugos cítricos naturales y hierbas frescas que perfuman el plato sin opacar sus sabores originales. Las cazuelas de barro, elegidas en vez de vajilla ostentosa, mantienen la temperatura justa para sustanciosos guisos que exploran el potencial de los tubérculos y granos andinos.
La presentación logra una elegancia sobria: platos dispuestos con atención casi ritual, donde cada elemento ocupa su espacio sin recurrir a la exuberancia. Chips de plátano acompañan entradas y añaden un contraste crujiente, mientras destellos de ají limo y cebolla morada dan vitalidad visual y aromática. No resulta casual el uso de materiales nobles, ya que refuerza el diálogo entre cocina y entorno, aportando calidez y sencillez.
El chef, formado en la observación paciente de los ritmos estacionales, ha construido un lenguaje culinario en el que tradición y sutil modernidad coexisten sin conflicto. Su estilo privilegia la autenticidad y la memoria gustativa limeña, proponiendo reinterpretaciones modernas sin traicionar los valores originales de la cocina peruana. La Calandria no necesita buscar el reconocimiento de grandes premios; ha hecho de la integridad y la profundidad culinaria su mayor distintivo, consolidándose como un espacio donde la experiencia rebasa lo efímero y deja una huella sensorial y perdurable.