Las puertas de Mayta marcan un umbral hacia un universo donde la geografía peruana se despliega en formas, aromas y matices cuidadosamente orquestados. Nada más entrar, un susurro terroso y cálido envuelve al visitante: maderas de tonos profundos y piezas de piedra y cerámica—algunas rugosas, otras pulidas—invocan la vastedad de los paisajes del país. El ambiente, atenuado por luces indirectas y cortinas translúcidas, se siente como una promesa de calma y exploración, lejos del bullicio exterior de Miraflores.
En las mesas, la narrativa toma cuerpo. La filosofía detrás de la cocina de Jaime Pesaque—firme defensor de una gastronomía identitaria y dinámica—se percibe en cada presentación. El menú es un viaje deliberado a través del Perú más allá de lo evidente, donde los ingredientes autóctonos no son reliquias sino vehículos de reinvención. La tradición es contemplada con respeto, sí, pero nunca de manera estática: el pulpo al carbón, por ejemplo, atraviesa un proceso que magnifica su sabor ahumado y su textura carnosa, contrastando con salsas de ajíes y hierbas nativas que despiertan el paladar con gradaciones de picor y acidez.
Los platos llegan a la mesa con una disposición que parece calculada al milímetro; colores intensos, aromas apenas insinuados y un juego de temperaturas que invita a saborear lentamente. En el arroz con pato, la profundidad del aderezo de cilantro y la suavidad del ave apuntan a una búsqueda de precisión y equilibrio, mientras que reinterpretaciones del clásico lomo saltado sorprenden con matices de humo y sutiles guiños a técnicas internacionales. El mar ocupa también un lugar protagónico, con pescados y mariscos presentados en combinaciones que evocan la transparencia y frescura de la costa.
Mayta propone siempre una lectura moderna del recetario nacional, sin perder de vista su ADN peruano. La despensa atravesada en clave contemporánea es la consigna: quinua, tubérculos andinos, huacatay y ají amarillo son tratados con atención milimétrica y respeto absoluto por la estacionalidad. La carta degustación cobra aquí sentido como recorrido por distintas altitudes y ecosistemas, aunque cada quien puede trazar su propio trayecto.
El resultado en Mayta es una experiencia donde la cocina peruana se visualiza como un territorio en movimiento. Lejos de formalismos vacíos, la creatividad se manifiesta en el detalle, en la materia prima refinada y en una puesta en escena sobria—pero desafiante—de la identidad nacional.