En el entorno siempre cambiante de Vila Madalena, Metzi logra algo poco común: transformar la memoria culinaria en un ejercicio cotidiano de reinvención. Tras una fachada discreta, el local despliega un interior donde la madera clara y una sobria paleta de tonos tierra dan la bienvenida sin excesos. Sutilezas artesanales en la decoración—obras gráficas que interactúan con la luz o detalles cerámicos en las mesas—construyen un ambiente recogido, que invita a bajar el ritmo y fijar la atención en los matices.
La visión de Luana Sabino y Eduardo Ortiz rechaza cualquier tentación purista. Ambos han forjado una cocina que ubica al maíz como epicentro, pero no rehúye el diálogo con las estaciones y los productos autóctonos de Brasil. Aquí, el rigor técnico de la cocina mexicana se funde con la espontaneidad del entorno paulista, generando una carta que renuncia a fórmulas fijas. En su menú se perciben guiños a recetas tradicionales, pero cada reelaboración parte de la pregunta por la temporalidad y el contexto: tortillas hechas a mano adquieren acentos nuevos cuando el maíz nativo se conjuga con hierbas y raíces locales; el mole, por ejemplo, aparece transformado, dialogando con ingredientes brasileños que renuevan sus perfiles aromáticos.
Nada en Metzi parece quedar librado al azar. La presentación de los platos revela una intención cuidada por resaltar contrastes—cromáticos, táctiles, incluso térmicos—sin caer en el efectismo. Un taco puede ofrecer la familiaridad visual de lo conocido, pero la mordida revela capas: frescor herbal, acidez medida, notas tostadas que conectan pasado y presente en pocos bocados. El postre insiste en matices sutiles: dulzores atemperados, reminiscencias de especias, juegos cítricos que eluden la saturación.
Más allá de la carta y sus ciclos, destaca la forma en la que Metzi se instala en la escena gastronómica local: no hay dogmas ni una búsqueda obstinada por la etiqueta, sino una pulsión continua por encontrar equilibrio entre herencias y posibilidades. La tradición, en vez de ser frontera, se convierte en punto de partida para un menú que varía con inteligencia y sobriedad.
Así, Metzi configura un cruce sensorial, donde cada plato narra una historia enmarcada por la temporalidad brasileña y la memoria mexicana. La impronta de Sabino y Ortiz emerge en la composición, pero también en la soltura con la que permiten que los productos hablen por sí mismos. Lo que resulta es una experiencia que esquiva lo evidente, y encuentra su fuerza en esa intersección, a medio camino entre evocación y descubrimiento.