São Paulo rebosa de propuestas japonesas, pero pocas despliegan la sutileza y la visión contemporánea que imprime Nakka Itaim a cada paso. Apenas se cruza su umbral, la atmósfera transmite serenidad. El juego de luces suaves recorre muros de tonos terrosos, la madera clara y el granito pulido refuerzan una estética que dialoga entre la sobriedad japonesa y la modernidad urbana. Las mesas, cuidadas hasta en los detalles más discretos, se mimetizan con el entorno y permiten establecer un compás sosegado: aquí, el bullicio paulista queda a raya para ofrecer una experiencia culinaria donde cada elemento ha sido sopesado.
Su carta se estructura a partir de una rigurosa selección de materias primas, con un repertorio que privilegia tanto los cortes clásicos —nigiris perfilados al milímetro, sashimis de frescura inigualable— como ciertas composiciones que despliegan notas inesperadas. Uno de los sellos de la casa reside en la armonía entre tradición y vanguardia: es frecuente hallar, en nigiris impecables, acentos de ingredientes como trufa negra o pescados exclusivos que elevan la experiencia sin distraer del sabor esencial del arroz y el pescado. El equilibrio es la palabra clave en cada bocado; ni la experimentación arrincona la raíz clásica, ni el academicismo relega la creatividad. Así, emergen platos que se inscriben en la memoria precisamente por su mesura.
La presentación adquiere el carácter de un ritual: los pescados muestran matices de color y brillo que dialogan con el blanco inmaculado de vajillas seleccionadas con escrúpulo, mientras detalles sutiles —hojas verdes, flores comestibles, salpicaduras calibradas de salsas— refuerzan la vocación estética del lugar. No hay artificios superfluos; la contemplación de cada plato es parte esencial de la degustación y convierte el acto de comer en un ejercicio multisensorial.
La filosofía del chef se observa en la búsqueda obstinada de pureza y expresión contemporánea. Hay un apego decidido a la honestidad del producto y la precisión técnica, aunque nunca falta espacio para repensar recetas ancestrales desde la óptica brasileña. Tatakis delicados y variaciones sobre temakis tradicionales permiten atisbar ese diálogo constante entre herencia y curiosidad gastronómica.
Nakka Itaim consagra así un espacio donde la excelencia no se proclama, sino que se construye silenciosamente en la convergencia de sabor, estética y una identidad culinaria reconocible y sólida. Aquí, la alta cocina japonesa se expresa sin ostentación, pero con una personalidad claramente definida.