El pulso citadino de Calle 33 se transforma al cruzar el umbral de Isolina, donde la ciudad se diluye en una atmósfera cuidadosamente compuesta. El ambiente invita a demorarse en matices que conjugan calidez y sobriedad: paredes en tonos tierra reciben la luz tamizada de lámparas con formas orgánicas, mientras la madera natural se extiende en detalles sutiles, logrando crear un refugio visualmente armónico, alejado de excesos y del ruido exterior.
La cocina, bajo la guía de Luciano Lofeudo junto a Fernando y Manuel Crespo, destila una filosofía de respeto por la materia prima local, erigiendo la estacionalidad y la proximidad como principios cardinales. Aquí, la tradición costarricense se aborda con mirada contemporánea, sin que ello implique ceder a la nostalgia o la repetición. La carta varía según los designios del mercado y la creatividad de sus autores; el resultado es una narrativa culinaria que fluye, nunca estática, donde cada temporada sugiere nuevas posibilidades.
Los platos emblemáticos reflejan un trabajo preciso en el equilibrio de texturas y sabor. El guiso de mariscos reconfigura referentes costarricenses, presentando jugosidad y profundidad en cada bocado, mientras que la causa de tubérculos autóctonos proporciona un contrapunto de cremosidad y crocancia, destacando sin artificios los ingredientes primarios. En la composición, la ornamentación es mínima y meditada: una pincelada de salsa reducida o un crujiente perfectamente colocado, enmarcan el producto central sin robarle protagonismo. Así, la presentación emerge como prolongación natural del plato, discreta pero inconfundible, testimonio de la atención al detalle.
En lo sensorial, el equilibrio reina tanto en la disposición de los sabores como en la atmósfera que envuelve el espacio. La acústica relajada, matizada por una discreta ambientación musical, suma al goce pausado de cada plato. La selección de vinos y destilados reitera la preferencia por historias auténticas: se privilegian etiquetas de pequeños productores, evitando propuestas previsibles y concentrándose en el carácter y la procedencia.
Lejos de buscar aprobación institucional, Isolina parece encontrar su valor en el acto mismo de cocinar sin ataduras. El estilo de Lofeudo y los Crespo podría describirse como una síntesis entre modernidad y memoria, donde el afecto por las raíces se expresa con una naturalidad desprovista de afectación. Con una propuesta que se reinventa constantemente, el restaurante confirma su lugar como enclave para quienes aprecian la combinación de honestidad y sofisticación discreta.