Recorrer el barrio de Amón revela una fusión de historias y arquitectura que sirve de antesala al universo gastronómico de Silvestre. Ya al cruzar el umbral, se percibe cómo los ecos del pasado conviven con una estética contemporánea: techos altos y paredes que conservan la pátina de tiempos idos, suavizados por la calidez que desprende una selección de lámparas bajas y arte local. El espacio propone una atmósfera íntima, cuidadosamente orquestada por la disposición de mesas amplias y la elección del menaje —vajillas de líneas limpias y texturas cerámicas que enmarcan sutilmente el colorido de los platos.
La cocina dirigida por Santiago Fernández Benedetto opera con una premisa clara: rendir homenaje a la identidad costarricense a través del prisma de la innovación. Su carta se transforma con el calendario, centrando el foco en productos de proximidad y temporada. La técnica se hace visible en la precisión de cada montaje, en equilibrio con una presentación elegante que juega con las formas y matices de cada ingrediente. La selección del producto y la manera en que este se ensambla evocan los recuerdos y las tradiciones locales, pero siempre bajo una mirada audaz que rehuye repetir fórmulas al uso.
Al sentarse a la mesa, el ritmo pausado permite prestar atención a los aromas y cromatismos propios de la estación. La presencia de vegetales frescos, raíces locales y frutos del mar cobra protagonismo; las ensaladas pueden sorprender por una mezcla de hierbas inusuales, mientras que los fondos de las sopas revelan consolidación de sabor a través de técnicas que respetan la esencia de cada componente. Uno de los distintivos de la propuesta son los juegos texturales: crujientes sutiles, emulsiones ligeras y contrastes de temperatura que sitúan cada creación en una dinámica de exploración sensorial.
En Silvestre, la creatividad nunca resulta un fin en sí mismo, sino un recurso para alumbrar la memoria gustativa de Costa Rica. Cada elemento en el plato dialoga con el contexto urbano y cultural, se reconoce la huella del territorio en reinterpretaciones que son tan evocadoras como precisas. Las armonías cromáticas y la disposición exacta de las preparaciones refuerzan la sensación de cuidado y respeto por el comensal entendido, más allá de la mera exhibición técnica.
La experiencia, a través de esta propuesta reflexiva y sutilmente provocadora, sella en la memoria un lugar donde tradición e innovación dialogan sin estridencias, invitando a redescubrir los modos en que la cocina costarricense puede, una y otra vez, reinventarse.