Tras los ventanales de Pérgula, el pulso de Copacabana y el vaivén del Atlántico confluyen en un espacio fluido, donde la claridad del día envuelve el salón y la luz dorada de la tarde transforma cada superficie. El diseño, discreto pero estudiado, apuesta por maderas pulidas y tonos tierra que dialogan con la vegetación tropical más allá del cristal y acarician la mirada. Las mesas, dispuestas entre el salón interior y la terraza, se integran sin ostentación en una atmósfera que invita a la pausa, ajena al bullicio del paseo marítimo.
El eje de la propuesta culinaria gira en torno a la autenticidad reinterpretada: la tradición local se declina en un registro contemporáneo, siempre con protagonismo absoluto del producto de cercanía. Pérgula no busca sorprender con excentricidades, sino revelar matices nuevos en platos emblemáticos de la cocina carioca, que toman forma propia bajo la filosofía del chef: máxima honestidad en el tratamiento de cada ingrediente, equilibrio entre herencia y actualidad, y atención precisa a la temporalidad.
Destaca entre las especialidades la versión propia del arroz de mariscos. Lejos de la exuberancia clásica, aquí llega en una versión más contenida, donde la frescura del pescado recién capturado se matiza con notas cítricas y un punto herbáceo, sobre una base de arroz suelto y perfumado. También las carnes a la parrilla hallan un tratamiento sutil: cortes seleccionados se presentan acompañados de verduras de estación, ensalzadas por marinados ligeros y salsas delicadas, en presentaciones que apuestan por el cromatismo natural y la textura.
Cada plato se convierte así en un ejercicio de composición visual. Los colores de los vegetales resaltan en vajillas neutras; las texturas se alternan entre crujidos y suavidades, invitando a descubrir gradaciones de sabor que escapan de lo previsible. La presentación nunca es redundante: predomina una estética funcional, donde cada elemento responde a una lógica de sabor y armonía.
El rumor de la piscina sigue marcando su ritmo y otorga una sensación de recogimiento poco común en la zona. Lo que distingue a Pérgula no es la ostentación, sino la coherencia entre entorno, materia prima y recetario, que logra transmitir la vitalidad carioca bajo una lente contemporánea, sin disonancias ni artificios. Aquí, el horizonte de Rio se saborea en cada detalle, en la luz, en la elección de ingredientes y en una cocina que dialoga con el presente sin perder sus raíces.