En pleno corazón de Buenos Aires, Basa revela una interpretación distintiva de la cocina mediterránea, que se aleja de imitaciones convencionales y apuesta por un refinamiento contemporáneo. El espacio impresiona desde el primer instante; los muros vestidos de arte contemporáneo dialogan con superficies de madera clara y acentos metálicos, bajo una iluminación tenazmente calculada, que baña cada mesa en tonalidades ámbar y resalta los matices cálidos del entorno. El bullicio de la ciudad queda al otro lado de la puerta, reemplazado por una atmósfera donde la sobriedad del diseño minimalista se conjuga con detalles que transmiten serenidad y atención al detalle.
En la cocina, prevalece una filosofía que podría definirse como el arte de la síntesis: el chef explora los sabores esenciales de la cuenca mediterránea, pero reinterpreta sus códigos con ingredientes frescos del mercado local. El menú propone un recorrido inesperado, donde cada plato parece buscar el equilibrio exacto entre técnica y emotividad. El tratamiento de los productos es meticuloso, evitando ornamentos superfluos para priorizar la honestidad del sabor y la elegancia de las combinaciones.
Las entradas despiertan con juegos de textura y aroma; mariscos frescos dispuestos con precisión milimétrica evocan la brisa salina de la costa, mientras hierbas y aceites robustos completan la armonía cromática y olfativa. En Basa, la presentación nunca es un guiño al efectismo, sino una extensión discreta de la propuesta: colores naturales, elementos dispuestos con una lógica sutil, capaces de conjugar arte y apetito sin saturar los sentidos.
Los platos principales consolidan el relato. Pescados del día, cocidos con exactitud para lograr piel crujiente y carne jugosa, aparecen junto a guarniciones de vegetales asados y emulsiones que concentran sabores. Cuando se trata de carnes, el protagonismo recae en el producto mismo: cocción justa, acompañamientos austeros pero enfáticos, pensados para acentuar sin solapar.
Al llegar el postre, Basa sostiene la premisa de la contención. Combinaciones en las que el dulzor proviene de frutas maduras, yogur o frutos secos toman el centro de la escena, culminando la experiencia sin estridencias, pero con la misma atención al detalle que atraviesa toda la carta.
La propuesta funciona como un ensayo sobre la coherencia: desde la selección de materias primas hasta la deliberada economía de formas en el emplatado, todo responde a una estética precisa. Así, Basa se afirma como un enclave donde la tradición mediterránea se filtra a través de la mirada local, resaltando el potencial del producto y la precisión del gesto culinario.
