Basta un primer vistazo para entender la propuesta de La Calma by Fredes. Su interior revela una estética que apuesta por lo esencial: paredes en tonalidades suaves, madera clara y cerámicas artesanalmente minimalistas dialogan con la luz filtrada, dibujando sombras tenues que atemperan el bullicio de la ciudad. El espacio nunca resulta frío, sino apacible; invita tanto al recogimiento como al disfrute pausado. El mobiliario, de una elegancia discreta, favorece la intimidad y prolonga esa sensación de refugio contemporáneo, donde el ruido queda fuera y cada elemento parece pensado para participar armónicamente en la experiencia.
En la cocina, el hilo conductor es el respeto profundo a la materia prima. Aquí, el producto chileno —en particular los pescados y mariscos del litoral— asume un papel protagonista, enmarcado por técnicas modernas que logran resaltar su carácter. Destaca la elección de preparaciones que huyen del artificio: la frescura y el punto de cada ingrediente guían la composición de platos que llegan a la mesa sin excesos, pero con carácter definido. Los marinados, sutiles y equilibrados, realzan la textura del pescado; las vinagretas cítricas aportan brillo y una aromática profundidad, mientras las hierbas locales introducen acentos verdes y frescos en boca.
La presentación evidencia una precisión casi escultórica, donde el color nace de reducciones, emulsiones ligeras o germinados delicadamente dispuestos. Los emplatados respetan la pureza del ingrediente, evitando el exceso de ornato sin perder el atractivo visual: cada plato parece pensado para ser contemplado desde la sencillez, anticipando una degustación que privilegia la autenticidad.
En los platos principales se percibe una atención especial por las cocciones puntuales —pescados apenas sellados, carnes suaves y vegetales al dente—, favoreciendo un equilibrio entre técnica contemporánea y sabor esencial. No se trata de buscar el impacto inmediato, sino de permitir que la calidad inherente de los ingredientes hable por sí sola, articulando una experiencia donde cada bocados es deliberado y sin disfraz.
La filosofía del chef se ancla en la búsqueda del equilibrio y la honestidad: una mirada que celebra los productos de estación y prescinde de ornamentos superfluos, buscando una cocina que invite a la calma y la contemplación. En este rincón de Vitacura, esa serenidad se traduce en cada detalle, logrando que lo contemporáneo y lo auténtico convivan en una armonía poco frecuente en el agitado panorama santiaguino.
