En el entramado vibrante de Palermo, Niño Gordo sobresale como uno de los espacios más singulares en la exploración de la cocina asiática en Buenos Aires. Bajo un exterior discreto, el restaurante revela en su interior un universo visual donde los neones multicolores, las figuras de inspiración japonesa y el mobiliario de madera oscura componen un ambiente electrizante, anclado en el eclecticismo oriental con guiños contemporáneos. El aire de nostalgia juega con lo lúdico: cajas de luz con diseños pop, detalles kitsch y estantes cargados de objetos inusuales invitan a quedarse y mirar antes incluso de probar bocado. El espacio es deliberadamente inmersivo y cada elemento apela al ritual de descubrir.
Ese mismo espíritu permea la propuesta culinaria. Niño Gordo se define por la reinterpretación de recetas asiáticas clásicas mediante una óptica traviesa y poco convencional, atenta siempre a la calidad del producto y la sofisticación técnica. El chef, cuya filosofía se apoya en el mestizaje y el respeto al ingrediente, plantea una carta donde flores comestibles, hierbas frescas y pescados seleccionados se presentan en combinaciones coloridas y en ocasiones sorprendentes. No se trata de reproducir la tradición de manera calcada, sino de tensionarla —buscar nuevos diálogos entre cocinas emblemáticas del continente y la materia prima local.
El recorrido por sabores resulta tan seductor como ecléctico. El umami japonés irrumpe en bocados fríos que contrastan con salsas fermentadas y picantes, mientras que la influencia de China y el sudeste asiático asoma en platos al vapor y piezas caramelizadas, a menudo coronados por brotes y especias que estallan en nariz y paladar. Las verduras crocantes besadas por la brasa, los baos rellenos —con carnes jugosas, aderezados con encurtidos y cremas aromáticas— y cortes nobles como el wagyu a las brasas, son solo algunos de los emblemas que desfilan entre cerámicas artesanales y vajilla cuidadosamente seleccionada.
La presentación resulta minuciosa pero nunca ostentosa: los emplatados privilegian el color y la textura sin perder de vista lo esencial, y cada plato invita al comensal a compartir y explorar. Niño Gordo ha sabido encontrar el equilibrio entre lo irreverente y lo formal, entre la evocación y la narrativa propia. Aquí, la innovación no es simple adorno, sino una manera de aproximarse al vasto mundo asiático desde una mirada rioplatense, comprometida con el detalle y abierta a la sorpresa.